martes, 10 de junio de 2008

Ciudades

Amar, amar: "dónde oí esa palabra antes"... parafraseando a mi amigo desconocido Jorge González, confieso que amo a una ciudad, amo como sólo puede ser en lo imposible a esta reconstrucción de la racionalidad a este disfraz de las cloacas, la ciudad.

Extrañar el silencio de las calles en la noche, los ecos que construyen mi locura en la memoria, amar ese delirio es mi condena y es mi tiempo, siempre concluyo en el mar del tiempo siempre me restauro en la desembocadura que conlleva al tiempo.

Entonces no será amor sino nostalgia no será cariño sino hambre, el hambre que produce el no finiquitar la vida, no en el suicidio sino en la plenitud de las relaciones con los seres humanos y con la sociedad misma.

Tengo hambre y por eso amo a la ciudad. ¡Qué paradoja del absurdo! ¿Qué alimento buscaré allí?, ¿Qué amor encontraré en esta ramera, por no decir más, decir algo más exultante todavía.